lunes, 3 de julio de 2006

Apéndice a un final.

En el aire
[h. 1985]
And the boughs cut on the air,
the leaves cut on the air,
Ezra Pound, Cantos, XXI [99]
["Y las ramas talladas en el aire
y las hojas talladas en el aire"]

"Cut on the air". Talladas en el aire, participando de la capacidad del aire para darles forma. El aire da forma, sostiene, eleva, dibuja. El alma está fuera, está en el aire y siendo el aire es quien dibuja y perfila.
El agua negra aún en las sombras. El agua sube, busca alzarse, paso a paso, entrar en el viento, pulverizada, niebla en los marjales, después nube en el cielo, agua entre los dos mundos, agua líquida y sólida, agua que es piedra. Piedra líquida.
La piedra que se abre, la caja que contiene la cueva de Aladino, repleta de busutería, de restos desechados, de farfolla, entonces la entrada a la cueva no lleva a ninguna parte. Pimientos rellenos. Pulpos, bisutería, pretensión, reiteración de movimientos automáticos. Gestos repetidos. Muerte en el supermercado.


**

Por entonces salía a la calle porque pensaba que iba a encontrar algo ahí fuera. Y tras de andar un rato buscando (algo que hacer, dónde ir) terminaba por dar vueltas sin sentido y cruzaba pasos de cebra y terminaba en un callejón sucio y sombrío con las paredes chorreando mugre. Y preguntaba: "¿Y ahora qué?" "¿Ahora qué se puede hacer aquí?" Y volvía a buscar algo por allí cerca. O lejos. Donde hubiera algo que buscar o que quisiera ser encontrado. Y así me iba a la ría o a las vías del tren o a cualquier parte donde no hubiese nadie (la gente sólo sabe molestar o ponerte cara rara de "qué estás haciendo tú por aquí") y si había suerte encontraba un hierro curioso en el suelo. Y me lo llevaba para casa. No porque el hierro interesara nada sino porque el hierro me había hecho compañía y estuvo allí conmigo, en un sitio que por algún motivo "brillaba", donde no había nadie y el sitio estaba bien por eso. La mayoría de las veces nada brillaba por ningún sitio y sólo había anuncios de jabón y pasaban señoras tristes con sabañones y la bolsa colgando. Así que tú también te ponías triste (una forma de aburrimiento húmeda y fofa que cada vez aplana más) y volvías a casa.

En otras ocasiones superabas la derrota rebelándote contra los sabañones y la bolsa colgando a base de rastrear desesperado algún trozo de aquello que llamara la atención para que no se dijera que semejante especie de puré que todo lo pringaba te había ganado. Y te echabas a andar por la calle más inhóspita posible a ver si dabas con algo que te ocupara el rato, y ese algo era lo bastante elástico como para dar de sí y anudarse con otro, y el otro con otro y así hasta llenar la tarde (se comenta después esta mecánica en relación con "La Piedra").

La verdad es que las calles eran ya bastante inhóspitas de por sí y lo menos que se podía pensar de ellas es que hubiera algo escondido por allí: no tenían nada más que gente aburrida dejándose llevar, gente de esa que no tiene otra cosa mejor que hacer que andar echando los brazos para adelante y abren la boca por si algo les cae dentro por casualidad. Como una aspiradora. A veces la calle misma llamaba la atención, sobre todo si era una de esas calles medio abandonadas y de casas viejas y rotas en que los detalles de las ventanas y las puertas enseñan su historia.

2 comentarios:

  1. Pero alguien podría decir muy confundido "es la maldición del sprinter"
    Todos sabemos que para ti el maratón es una carrera de velocidad.

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  2. Gracias, Pedro.
    Ya sabes, calling in despair...
    You know my derangement.

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Cariñosas las observaciones